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OPINIÓN

¿Pueden nuestros animales protegernos frente a Covid-19?

¿Pueden nuestros animales protegernos frente a Covid-19?

¿Pueden nuestros animales protegernos frente a Covid-19?

Ramón A. Juste - 03-06-2020 - 13:00 H - min.

Doctor en Veterinaria e investigador en Sanidad Animal

Diversos medios recogían en días pasados la información de que la especie humana tenía cierto grado de protección frente al SARS-CoV-2 sin haberse infectado con este virus. Los autores atribuían el fenómeno al contacto previo con otros coronavirus humanos, pero yo, además, propongo que puede también deberse a coronavirus animales o, incluso a un eficiente entrenamiento inespecífico del sistema inmune humano debido al contacto con animales domésticos.

El artículo original es un estudio en el que la población negativa, resulta que sí reacciona frente al virus causante de la COVID-19. Esto es algo muy normal y, de hecho, suele ser un problema en los programas de control de enfermedades en animales como la tuberculosis, ya que genera la duda de si el individuo está infectado o no.

En los principios de las campañas de saneamiento este suele ser un problema que genera gran inquietud entre los ganaderos ya que se producen resultados positivos a las pruebas que luego no tienen lesiones de tuberculosis.

Para eso, hace muchos años se diseñó una prueba que, de hecho, es la rutinaria en el Reino Unido y que lo va a ser también en Francia, que se llama “comparativa” porque compara la respuesta a la tuberculosis de las vacas que es la que se quiere erradicar con la respuesta a la de las aves que es irrelevante. Pues bien, eso es lo que se llama una “reacción cruzada” y eso es lo que las recientes investigaciones han puesto de manifiesto para el coronavirus.

La especie humana, como todas las demás, vive en un entorno biológico de interacciones complejas donde lo mismo que especies próximas y claramente amenazadoras como los grandes depredadores pueden matar a un humano, otras más distantes e invisibles como son los virus vacunos pueden proteger a un niño de la viruela.

Los coronavirus, como el resto de las especies que aparecen (con una frecuencia muy baja) y desaparecen (más de lo deseable) continuamente, no vienen de la nada, vienen de otro coronavirus y todos hemos oído hablar de que precisamente los coronavirus de los murciélagos son los más parecidos a los que han dado lugar a la presente pandemia.

Aunque parece ser que debería haber una especie intermedia que hiciera de puente y que, en un principio, se postuló que podría ser un pangolín, ahora parece que se inclina más por algún mustélido (de la familia de los visones y hurones). Con todo el esfuerzo que se está haciendo, seguro que se llega a identificar a no tardar; pero hacerlo con seguridad exige aplicar el método científico. Y eso lleva tiempo precisamente porque lo que se busca es limpiar la verdad de ruidos y confusiones y eso solo se hace con un trabajo minucioso y paciente.

En cualquier caso, esas interacciones complejas hacen referencia también al intercambio de especies parásitas y no es nada extraño que humanos y animales compartamos bastantes de ellas. De hecho, la lista se alarga hasta las centenas, pero por citar alguna, mencionaré dos que fueron muy corrientes hasta bien entrado el siglo pasado, la hidatidosis o quiste hidatídico y las fiebres de malta, prácticamente olvidada ya la primera y felizmente erradicada de nuestra cabaña de vacas, ovejas y cabras en la mayor parte de las regiones españolas la segunda.

Tuvimos también la experiencia reciente de las vacas locas, en las que la intensa colaboración entre la medicina animal y la humana permitió (con un enorme gasto, sin duda) reducir el impacto a unas 200 víctimas humanas. Ahora, puesto que el agente de la Covid-19 deriva de animales, se ha generado algo de temor a que éstos nos puedan transmitir la enfermedad de vuelta.

Sin embargo, esta vez, se está observando claramente que el éxito del virus está precisamente en la capacidad de transmisión directa o indirecta pero solo entre humanos, con únicamente casos anecdóticos en animales. Precisamente por eso, yo querría proponer la idea contraria, la de que nuestro contacto con animales puede ser un factor de protección puesto que no solo supone un estímulo constante de nuestro sistema inmune por los propios productos de nuestras mascotas y alimentos de origen animal, sino por los gérmenes de baja agresividad para los humanos, pero que comparten su capacidad de estimular el sistema inmune humano.

De hecho, existe la teoría de que la especie humana tiene una longevidad mucho mayor que la de cualquier otro primate (pese a la alimentación mucho más “natural-vegetal” de éstos) precisamente porque el desarrollo de la ganadería y, posteriormente, de la vida en ciudades ha ejercicio una función selectiva sobre la evolución del sistema inmune que no se da en ninguna otra especie. Es lo que yo llamo la animalación, por analogía con la vacunación que sería el caso específico en el que la vacuna contra la viruela demostró la posibilidad de explotar la adaptabilidad del sistema inmune a las necesidades de protección específica frente a diferentes enfermedades.

Pues bien, además de la protección específica, desde el año 2012 se ha propuesto también la existencia de unos mecanismos de protección inespecífica que una vez estimulados por un agente protegen frente a multitud de otros. Esto se observó con la vacunación contra la tuberculosis ya a principios del siglo XX y se sigue observando en países de alta incidencia de tuberculosis (por eso se ha propuesto y se está investigando incluso el uso de vacunas contra la tuberculosis para proteger frente al coronavirus).

Este fenómeno se llama inmunidad innata aprendida o entrenada y no está ligada a la generación de respuesta inmune específica del tipo de las que veríamos con las pruebas de anticuerpos que se están realizando actualmente para medir la protección de la población.

Esas defensas disminuyen la mortalidad infantil y seguramente también a otras edades y por eso pienso que puede ser un gran error haber dejado de vacunar a los niños de tuberculosis. Afortunadamente esa carencia de “curado” del sistema inmune se puede compensar con el uso de antibióticos, pero a costa de que estos pierdan poco a poco su eficacia.

La evidencia de que, incluso en las condiciones más favorables que se dieron en el crucero Diamond princess, solo se llegara a infectar el 50% de la población, nos habla de que puede haber un fenómeno de protección por recuerdo de otros coronavirus humanos o animales. No olvidemos que hay coronavirus en muchas otras especies domésticas y silvestres y, de hecho, se vacuna contra algunos de ellos a los animales domésticos, como por ejemplo contra las diarreas de los terneros o de los cerdos.

Más próxima a los humanos por su contacto habitual es el coronavirus de los gatos que puede producir desde una grave peritonitis a un curso totalmente asintomático. Es difícil que, con las condiciones de higiene con las que se manejan hoy día los productos alimentarios, lleguen virus o bacterias contaminantes peligrosos al consumidor, salvo en casos de infecciones totalmente asintomáticas. Sin embargo, sí que es posible que los propietarios de mascotas o las personas que viven en medios rurales en contacto con el ganado en manejo extensivo (evidentemente, las granjas de cría intensiva tienen unas medidas de bioseguridad que tampoco permiten mucho contacto), puedan todavía tener algún contacto con antígenos de microorganismos capaces de activar las respuestas inmunes inespecíficas aprendidas. Sería interesante saber si esto está detrás de esa reactividad cruzada detectada en las investigaciones citadas.

En la era del descubrimiento de las innumerables y críticas funciones del microbioma, ya es hora de que asumamos que la mayor parte de las interacciones con los microorganismos son como con las setas, beneficiosas, aunque la fama se la den las pocas que son peligrosas.

Estas relaciones en su forma natural son ciegas y crueles; los humanos, gracias a la enorme capacidad de transmitirnos conocimientos, hemos sido capaces de desarrollar mecanismos artificiales para minimizar los daños. En este caso, el baño en biodiversidad animal y microbiana ha inspirado la tecnología vacunal, que finalmente nos acabará protegiendo de una manera racional y con la máxima efectividad, pero mientras tanto y como medida preventiva, no nos olvidemos del beneficio inmunológico casi-natural que nos proporciona una tecnología tan antigua como el aprovechamiento (alimentario y emocional) de los animales domésticos.

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