Desde el Grupo de Especialidad en Medicina del Comportamiento Animal de Avepa dan todas las claves sobre el uso de psicofármacos en veterinaria
Las claves sobre el correcto uso de psicofármacos en veterinaria
Desde el Grupo de Especialidad en Medicina del Comportamiento Animal de Avepa dan todas las claves sobre el uso de psicofármacos en veterinaria
Redacción - 01-07-2024 - 12:21 H - min.
Desde el Grupo de Medicina del Comportamiento (Gemca) de la Asociación de Veterinarios Españoles Especialistas en Pequeños Animales (Avepa) han publicado un artículo escrito por el experto Juan Argüelles, en el que se explica todo los relativo a los psicofármacos.
“Cuando pensamos en medicamentos para la mente o el comportamiento, normalmente los relacionamos inmediatamente con personas con graves problemas para manejar el estrés que provocan la ansiedad o la frustración. Pero ¿sabías que nuestros amigos de cuatro patas también pueden necesitar una ayuda en algunas ocasiones? Sí, en medicina veterinaria también utilizamos los psicofármacos y son igual de importantes que en medicina humana”, subraya Argüelles.
El experto indica que los psicofármacos son medicamentos diseñados para influir en la química del cerebro y ayudar a gestionar problemas de comportamiento o emocionales. En los animales, estos medicamentos pueden ser usados para tratar una variedad de problemas, como la ansiedad, el miedo excesivo (también llamado fobia), la agresividad o incluso conductas compulsivas que pueden hacerles la vida bastante difícil a ellos y a los cuidadores.
Uno de los usos más comunes de los psicofármacos en animales, según detalla Argüelles, es el tratamiento de los trastornos de ansiedad, que los perros y gatos pueden sufrir de la misma manera que los humanos. La ansiedad es una emoción normal y necesaria, aunque desagradable, ya que nos previne de situaciones desconocidas o de contextos similares a los que en el pasado hemos sufrido.
Esto, afirma, nos permite adaptarnos al entorno con la prudencia necesaria para no entrar en situaciones de peligro. “Desgraciadamente en ocasiones esta emoción dura más tiempo de lo esperado y necesario, o se activa en situaciones en las que objetivamente el peligro no existe”, advierte.
Así, según el experto, en estos casos hablamos de trastornos de ansiedad, que a menudo se manifiestan en comportamientos como huidas, agresiones, hiperactividad o incluso todo lo contrario, un bloqueo total. A nivel físico podemos ver jadeo, salivación, temblores e incluso sudoración en las almohadillas.
“Estas reacciones generales las pueden desencadenar varios contextos como el miedo a los ruidos fuertes (piensa en tormentas eléctricas o fuegos artificiales), la separación de sus cuidadores, o las presencias de individuos desconocidos, tanto de su especie como de otra distinta”, apunta.
Para estos casos, según el experto, los veterinarios pueden prescribir medicamentos que ayudan a estabilizar estas emociones mejorando su bienestar, y consiguiendo un estado más optimista que les permite afrontar con más éxito la modificación de conducta necesaria en cada caso.
“Pero, claro, no todo es tan simple como darle una pastilla a tu animal de compañía. El uso de psicofármacos en veterinaria debe ser cuidadosamente considerado y controlado por un profesional veterinario. Cada animal es único y su respuesta a los medicamentos puede variar enormemente. Además, algunos medicamentos pueden tener efectos secundarios o interactuar con otros fármacos que el animal esté tomando”, destaca.
Asimismo, recuerda que las emociones negativas como la ansiedad o la frustración están influidas por cualquier proceso que altere al paciente en otro punto distinto al cerebro. “Son especialmente importantes todas las enfermedades que cursen con dolor (articulaciones, dientes, vértebras), picor (alergias, enfermedades autoinmunes) o cualquier tipo de malestar (gastroenteritis crónicas, enfermedades hepáticas) y también todas las que provoquen cambios hormonales (alteraciones de la tiroides o de las glándulas adrenales)”, resalta.
De esta manera, el experto señala que esta influencia es continua y bidireccional, es decir, el estado afectivo afecta a nivel físico y viceversa.
El trabajo principal del cerebro es realizar una conducta lo más adaptativa posible al contexto y para ello debe tener en cuenta no solo lo que percibe del entorno a través de los órganos de los sentidos (información externa), sino también lo que almacena en la memoria, las normas sociales y la capacidad del resto del cuerpo (información interna) para reaccionar.
“Por ello el veterinario especializado en medicina del comportamiento (veterinario etólogo) antes de recetar cualquier medicamento, primero hará un diagnóstico, teniendo en cuenta la raíz del problema de comportamiento, el estado emocional del paciente, las posibles influencias del estado de salud y todas las posibles medicaciones que ya estuviera tomando el animal”, remarca Argüelles.
Por supuesto, insiste el experto, esto incluye que el veterinario etólogo tendrá que hacer siempre exámenes físicos detallados, análisis de la historia del paciente y observación de su comportamiento y el contexto en el que se produce. Con toda esta información evaluará la calidad de vida y elegirá la ayuda farmacéutica cuando ésta esté comprometida.
Los tres puntos claves en el tratamiento de los problemas de comportamiento son —según Argüelles—, además de los psicofármacos, las modificaciones en el entorno y las modificaciones de conducta con técnicas de entrenamiento basadas en refuerzo positivo. En este puzle los psicofármacos se utilizan como parte de un enfoque más amplio, ya que ayudan a reducir la ansiedad o la frustración del paciente hasta un punto en que el entrenamiento se vuelve más efectivo.
“Por estos motivos tratamos de transmitir que los psicofármacos no son una solución rápida ni deben ser vistos como la única “cura” para los problemas de comportamiento, sino más bien la parte del tratamiento que permite a los animales beneficiarse de otras formas de ayuda, como el entrenamiento conductual o cambios en su entorno”, indica.
Dentro de los psicofármacos, según apunta el experto, hay dos clases fundamentales que se pueden usar de forma conjunta o por separado. Por una parte, están los producen un efecto clínico rápido (encasillados tradicionalmente como ansiolíticos).
En esta clase, destaca, están la benzodiacepinas (por ejemplo, alprazolam o diazepam), los gabapentinoides (gabapentina y pregabalina), los antiadrenérgicos (ej. dexmedetomidina —presente en medicamentos como Sileo de Ecuphar— o tasipimidina) e incluso otros fármacos como la trazodona. Se utilizan sobre todo para situaciones puntuales de alto estrés como puede ser la fobia a tormentas o a los petardos. En este trastorno, por ejemplo, cada experiencia negativa con el ruido predispone al paciente a sufrir más miedo en la siguiente exposición, por eso la falsa creencia de “déjalo, que ya se acostumbrará” suele causar un empeoramiento en ocasiones catastrófico.
El otro gran grupo de fármacos, explica, está orientado a problemas en los que el paciente ha sufrido mucho estrés durante un tiempo prolongado. Los mediadores de estrés como el cortisol provocan que en el cerebro haya cada vez menos cantidad de transmisores químicos (neurotransmisores) necesarios para conseguir una buena adaptación al entorno, aprendizaje y emociones positivas que compensen las negativas.
Uno de los neurotransmisores más importantes es la serotonina (a veces llamada “hormona de la felicidad”) y sabemos que cuando está alterado participa en trastornos de agresividad, hiperactividad, compulsivos, trastornos alimentarios y del sueño entre otros.
“Por ello la mayoría de los fármacos que empleamos a medio y largo plazo se denominan serotoninérgicos y generan en el cerebro una mayor disponibilidad de serotonina. No son fármacos de acción rápida, ya que para ver el efecto clínico se necesita no solo un nivel más alto de serotonina, sino también que el cerebro se adapte a estos niveles nuevos, y esto en general es un proceso de varias semanas. Ejemplos de este tipo de fármacos son la fluoxetina, clomipramina, mirtazapina o venlafaxina”, defiende el experto.
Uno de los efectos que más puede afectar en la clínica, según Argüelles, es que se ha podido demostrar que los animales que toman estos fármacos se vuelven menos pesimistas. Puede parecer un cambio poco importante, pero si tenemos en cuenta que en los trastornos de ansiedad el paciente se vuelve muy pesimista y no es capaz de adaptarse al entorno, sería justo esto lo que necesitamos para conseguir el aprendizaje necesario para una adaptación completa a la situación originalmente problemática.
“En conclusión, los psicofármacos pueden jugar un rol importante en el tratamiento veterinario, ayudando a gestionar problemas de comportamiento que de otra manera serían debilitantes para los animales. Sin embargo, su uso debe ser cuidadoso y siempre bajo la supervisión de un veterinario cualificado. Como cuidadores de animales asumimos la responsabilidad de asegurarnos de que reciban la mejor atención posible, por eso no debemos centrarnos solo en la parte física y tener en cuenta siempre la salud emocional”, concluye el experto.