MARTES, 19 de marzo 2024

MAR, 19/3/2024

OPINIÓN

¿Zoonótico o zoonósico?

¿Zoonótico o zoonósico?

¿Zoonótico o zoonósico?

Luis Ángel Moreno Fernández-Caparrós - 17-09-2020 - 12:55 H - min.

El lector que, por casualidad, se acerque a leer este articulito en clave de humor no debe esperar nada más que eso, arrancarle una sonrisa y sembrarle, de paso, una duda sobre la forma en que utilizamos el lenguaje en el ámbito de las Ciencias Veterinarias.

Principiaré diciendo que el pasado 7 de octubre interveníamos, junto con el profesor Rojo Vázquez, en la sede de la Real Academia de Ciencias Veterinarias de España (RACVE) para tratar un asunto de constante actualidad. Me refiero a la correcta terminología y pronunciación de los vocablos que utilizamos en nuestra profesión.

No olvidemos que nuestra lengua profesional es el archivo adonde han ido a parar las experiencias, saberes y creencias de una comunidad que sirve a las ciencias veterinarias y a la sociedad desde hace varios siglos, como así lo venimos recogiendo en nuestro «Corpus lexicográfico de la albeitería española». Pero este archivo de términos profesionales no permanece inerte ni inmutable, sino que está en permanente actividad.

Una parte sustancial de nuestro acervo permanece tal cual se creó pero el desarrollo conceptual de sus términos se ha ido llenando de contenido, enriqueciéndose con el paso del tiempo gracias al avance de la ciencia. Esto nos indica que una parte de nuestra actividad es revisionista pues los hablantes (los veterinarios) mudan el valor o la vigencia de las palabras y de las expresiones. El cambio más frecuente se produce porque algunas se hacen obsolescentes, y otras pasan a vía muerta para terminar extinguiéndose.

Sin embargo, otras se incorporan al uso habitual, en no pocas ocasiones con connotaciones precisas, y en otros casos no tan precisas pues son prestamos de otras lenguas, generalmente del francés e inglés, como sucedió en el pasado siglo XIX con el término ‘aviario’ que terminó consolidándose en ‘aviar’, o la más reciente ‘zoonótico’ que terminará desplazando al muy correcto y tradicional ‘zoonósico’. Al fin y al cabo no son más que modas que se introducen, suavemente, en el lenguaje hablado y escrito fruto, a veces, de traducciones no muy correctas.

A este respecto, el lector comprensivo e indulgente, no debe sacar la conclusión que nos oponemos al desarrollo novedoso de nuestros términos; no pretendemos ser un freno al cuerpo idiomático de la lengua viva. Nada más lejos de la realidad. No somos puristas, ni casticistas, ni tribales ni localistas, pero conviene precisar que deseamos evitar a nuestro lenguaje técnico cambios arbitrarios o disgregadores, con el fin de que pueda seguir sirviendo para el entendimiento del mayor número de personas durante el mayor tiempo posible.

Estos toques de atención deberían proceder, en primer lugar, del núcleo familiar y más tarde de la escuela y, por último, de la universidad, cuidando amorosamente la lengua escrita literaria y la científica, hablando con propiedad, sin desdeñar la oratoria en todas sus manifestaciones. También nuestras Academias deben ser corresponsables del correcto uso de nuestra lengua, hablando, pronunciando y escribiendo con propiedad, incluso un sector del profesorado debe extremar también su fineza en la correcta pronunciación.

Frente a estas fuerzas que intentan conservar una cierta identidad lingüística, operan los empeños centrífugos, actuantes en sentido contrario. Los primeros, solo en muy escasa medida, se consideran responsables de la estabilidad del sistema heredado, entendiendo que la lengua en que han nacido les obliga a su conservación. Otros, los que militan en la mediocridad, cuya causa primordial hay que buscarla en su instrucción deficiente durante su paso por los estudios del bachillerato y las aulas de la universidad (a los que hay que unir un sector del profesorado universitario poco cuidadoso con la utilización del lenguaje y de su correcta pronunciación) son muy responsables.

El estudiantado (por cierto, ‘estudiantico’ no lo recoge el diccionario) tiende a emularlos y a imitarlos. Ellos, junto con algunos líderes de nuestra profesión, son el origen de trasmitir varios errores al alumnado sin que estos (por su inmadurez) puedan tener la capacidad de discernir entre unos y otros. A los universitarios se les hurtan los instrumentos apropiados para corregir a ciertos profesores que militan en el error (quizá para ellos debería decir ‘herror’, y ‘horror’). Muchas veces, los desvíos obedecen al deseo de mostrar con el habla la pertenencia a determinado grupo (juvenil, de clase, político, guay, ‘friki’, etc.).

Con mucha frecuencia acontece eso en los profesionales de la comunicación, incluyendo la comunicación veterinaria, que tampoco se escapa a estos deslices hasta el punto de haberse creado una jerga que muchos juzgan imprescindible usar como seña de identidad y que, actuando centrífugamente, acaba influyendo, por imitación, en el uso general de los jóvenes veterinarios ¡y no tan jóvenes! Si un docente dice ‘crocoreo’ (en vez de ‘crotoreo’) para referirse al ruido peculiar que una cigüeña hace con su pico ¿Qué puede hacer el alumno frente a esta deriva? ¿Qué concepto se formará de su profesor?, o profesora, pues ellas tampoco son inmunes.

Hay circunstancias históricas en que las fuerzas disolventes, incultura esencialmente, han sido irresistibles, y han hecho perder su identidad a la lengua afectada, el latín por ejemplo, aunque el griego tampoco se salva. En otras, sometidas a grave riesgo de fractura, se ha producido la supervivencia y la continuidad bastante coherente; tal es el caso del español en todo su ámbito americano, por la victoria de fuerzas consolidadoras por acuerdo de políticos y educadores de primera división, y sobre todo por la acertada política panhispánica de la Real Academia Española que ha actuado como eje cohesionador y aglutinador de nuestro acervo común.

Aunque ya lo hemos adelantado, entre los grupos de hablantes que ejercen un influjo más enérgico en el estado y en el curso de la lengua, destaca, principalmente, el profesorado universitario, los líderes profesionales y el formado por los periodistas. Son muchos más los oyentes que los lectores, si bien suele concederse más autoridad en materia de lenguaje a lo que se ve escrito, de ahí la responsabilidad de los editores al no dar instrucciones precisas y claras sobre las recomendaciones emanadas de los congresos donde se dilucida la nomenclatura científica a usar (por ejemplo: leishmaniosis, término preferible, frente al de ‘leishmaniasis’, tan utilizado por la clase médica y que algunos veterinarios suelen aceptar por error, cuando no por un complejo atávico de inferioridad. No olvidemos que muchos profesionales actúan indistintamente en ambos medios. Es recomendable que los periódicos digitales del ámbito veterinario cuiden la terminología, utilizando la correcta.

Y es que el periodismo del papel, incluyendo, por su importancia, el digital es un fenómeno muy complejo, que no permite decidir entre una u otra opción sin matices. En muchos casos se aprende, ya lo hemos dicho, por imitación y si el modelo a seguir no tiene consolidada su formación no tiene nada de extraño que oigamos lo que oímos de la boca de nuestros representantes (¿quizá también ‘representantas’) y que leamos lo que leemos en nuestros periódicos y revistas profesionales.

Las patadas (en algunos casos coces) al idioma se trasmiten y terminan consolidándose en el habla del día a día, y en nuestros escritos, incluyendo algunas tesis doctorales cuyos directores tienen una importante responsabilidad. Seleccionar ‘árbitros’ (referees, ahí queda eso) con formación apropiada en su especialidad, y en el dominio de la lengua, es muy importante para juzgar los textos científicos.

El asentamiento de ciertos solecismos (referido a algún sector del profesorado universitario, cuando no ponen atención al utilizar la terminología científica y la correcta pronunciación de ciertas palabras) provoca en el alumnado una confusión y desorientación, sobre todo cuando comparan lo dicho por unos y otros profesores.

Basten un par de ejemplos por la frecuencia con que aparecen mal pronunciados algunos vocablos. A modo de dardo ahí van un par de ellos: El primero es ‘Epizootia’. La palabra epizootia se pronuncia como una palabra llana haciendo recaer el acento en la segunda o: [e.pi.zo.ó.tia]. Nos dice la ortografía que se escribe sin tilde porque es llana terminada en vocal. Es harto frecuente que una parte del profesorado de nuestras facultades trasmita boca-oreja ‘epizootía’ (¡incluso con tilde aparecen ya en algunos textos poco cuidadosos!) y de este modo se perpetua en el tiempo el error entre los profesionales de las ciencias veterinarias.

Este error de pronunciación intentó atajarlo en 1913 Eusebio Molina Serrano (1853-1924) indicando, en su revista Gaceta de Medicina Zoológica», la correcta pronunciación. A la luz del resultado obtenido, tuvo poco éxito. Colocar bien el acento prosódico, e incluso la tilde correctamente, en las palabras que la lleven, es importante; si no lo hiciésemos pronunciaremos ‘cónsola’ por ‘consola’; ‘pandemia’ por ‘pandemia’; ‘grágea’ por ‘gragea’; ‘gráfia’ por ‘grafía’; capsula’ por ‘cápsula’, y así innumerables palabras como epizootia que  hemos terminado emparentándola con mi tía ‘Epizoo’ a la que cariñosamente la llamamos Epizootía, sin rubor alguno.

El segundo es ‘libido’. Pronúnciese, [libido/li-bí-do] y no ‘líbido’ (que es como la mayoría de los mortales la pronunciamos, sin lograr corregir este defecto). No confundir con lívido.

Durante mi periodo de colegial, en uno de los Colegios Mayores de la Universidad Complutente, solo los estudiantes de las ‘Ciencias Blandas’ la pronunciaban correctamente y nosotros, los de las ‘Ciencias Duras’, creíamos que estábamos en posesión de la verdad.

Se me puede objetar que existen palabras con doble acentuación, y es cierto, pero las que cito no entran en esta clase. Durante mi periodo universitario tuve que escuchar en la facultad, hasta quedar ahíto, la palabra ‘epizootía’. Por vergüenza, y temor a significarme, ante la mayor parte de mis profesores, me mimeticé con el entorno, y en ese biotopo permanecí hasta que me liberé de las envolturas fetales que me mantenían atado a mi vergüenza de pronunciarla correctamente.

Como anécdota les confieso que en alguna de las conferencias que imparto aprovecho la ocasión para recordar la correcta pronunciación. En más de una ocasión mi correcto uso prosódico del término ha provocado el tener que ser corregido en público y en privado, para vergüenza del agudo corrector.

Libido es un sustantivo femenino, que significa «deseo sexual». Por su acentuación es una palabra grave o llana que no lleva tilde. Según el Diccionario panhispánico de dudas (2005), la forma esdrújula incorrecta libido, se ha extendido, probablemente, por influencia del adjetivo «lóvido-a», que sí es esdrújula y cuyo significado equivale a «amoratado» o «intensamente pálido»: No se ponga usted lívido cuando pronuncie correctamente la palabra libido.

¡Qué ilusos! Allí aprendí a pronunciar una y otra, y a callar ante el profesor de turno para no herir su ego.

No me resisto a añadir una tercera palabra que, por su errático uso, se terminará asentando en los textos científicos, si no lo remediamos; ya la adelanté hace un momento. Me refiero a ‘zoonósico’ (expresión correcta ortográfica y tradicional) por ‘zoonótico’ (por influencia y préstamo del inglés) ¡Si D. Laureano Sáiz Moreno levantase la cabeza!

El étimo de ‘zoonósico’ es ‘zoonosis’, y el de ‘zoonótico’ es ‘zoonotic’; término inglés que utilizado en la literatura científica se tradujo por ‘zoonótico’; verdaderamente se trata de un préstamo de la literatura científica inglesa trasladado al español. Ambos términos convivirán en nuestros escritos, pero mucho me temo que el segundo se afianzará desplazando al muy correcto ‘zoonósico’.

No tengamos vergüenza, ni resquemor alguno, en utilizar ‘zoonósico’ por ‘zoonótico’. El primero es el recomendable en nuestra lengua y asó debe recogerse en alguno de nuestros periódicos digitales que en su labor amorosa de informar, formar y entretener lograrán corregir estas desviaciones.

En definitiva, podemos hacer lo que nos salga de la glándula pineal, e incluso de la amígdala y del colículo, pero es conveniente conocer las reglas ortográficas, junto con las de la prosodia y la etimología, para terminar incumpliéndolas a sabiendas pero no por falta de formación, instrucción y educación, que es lo que sucede en la mayoría de los casos.

En otra ocasión lanzaremos el dardo al término ‘bianual’ frente a ‘bienal’. Hay colegas que pretenden que ciertos congresos nacionales anuales tengan carácter ‘bianual’ con el ánimo de elevar el nivel científico de sus trabajos al disponer de mayor tiempo para realizar sus investigaciones.

Recuerden que si tienen dudas (solo en el caso de que sean criaturas imperfectas que duden metódicamente) les recomiendo que consulten el «Español al día» o el «Libro de estilo de la lengua española», o «Cocodrilos en el diccionario», o «Las 500 dudas más frecuentes del español» no solo les divertirá sino que se llevarán numerosas sorpresas gracias a sus dudas. Los que no las tengan seguirán escribiendo y pronunciando mal ‘*Epizootía’, ‘*Líbido’ y ‘*Zoonótico’.

VOLVER ARRIBA