Cambalaches universitarios con Veterinaria
Gonzalo Moreno del Val -
29-10-2024 - 12:08 H - min.
Presidente del Colegio de Veterinarios de Alicante (Icoval) y vicepresidente de la OCV
Cuando el dinero tenía poco lugar en la vida económica y el trueque resultaba más común, nació en Palencia, en 1212, la primera universidad de nuestro país. Ocho siglos después, las noticias vuelven a poner el foco en un nuevo intercambio no pecuniario de servicios, digamos que formativos, en la misma región castellana que promovió la referida pionera iniciativa. Concretamente, hasta cuatro universidades de esa comunidad han alcanzado un acuerdo para desbloquear una situación arrastrada desde hace años. Fruto de un cambalache público orquestado por el propio presidente autonómico -Alfonso Fernández Mañueco- hemos conocido recientemente el nacimiento de una nueva facultad de Veterinaria, la decimosexta de nuestro país, que se impartirá en Salamanca, pero también el de otras dos de Medicina, en León y en Burgos (con lo que sumarán 52 en todo el país) y de una cuarta, esta vez de Farmacia, en Valladolid (que será la 23ª en España).
Inocentemente, uno podría presuponer que la política universitaria —la privada y más aun la que se financia con cargo al erario público— obedece a fríos análisis de las necesidades formativas y de nuestro mercado laboral. Nada más lejos de la realidad.
El cambalache que nos ocupa es desvergonzado. Nadie se ha molestado en este caso de camuflar la verdad, de revestir el acuerdo de algún sentido de utilidad. Los titulares que recogían las noticias sobre este anuncio hablaban a las claras de que un simple trueque fue la clave para lograr este alumbramiento universitario múltiple: ‘León logra la Facultad de Medicina tras años de lucha a cambio de que Salamanca se haga con Veterinaria’ informaba, por ejemplo, el digital ‘Ileón’. Juego de equilibrios pues entre intereses de universidades públicas, que no dialogan por mejorar su servicio o por satisfacer un bien común superior, sino que se entregan a competir por la captación de estudiantes, como cualquier otro negocio privado. Universidades públicas y autónomas, claro, que se enfrentan entre ellas primero pero que logran un civilizado e interesado pacto gracias a la mediación de la más alta instancia.
El rector de la Universidad de Salamanca, Juan Manuel Corchado, en su toma de posesión junto a Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León
Analizando la oferta, descubriremos que España es hoy -con 15 facultades- el país de la UE que más titulados en Veterinaria tiene por millón de habitantes. Esas 10 facultades públicas -en breve 11- y 5 privadas disponen cada curso de unas 1.800 plazas y cada año se licencian alrededor de 1.500 alumnos. Formamos a más veterinarios que Francia y Alemania juntos, cuando estos dos países tienen el triple de población.
Del lado de la demanda, las encuestan sitúan sistemáticamente a Veterinaria en el top 3 de las carreras favoritas de los niños y jóvenes. La preferencia que, formalmente, expresan los candidatos cuando cumplen con sus pruebas de acceso y deben elegir estudios universitarios, la vuelve a situar con el segundo coeficiente más alto tras Medicina (existen 8,5 solicitantes de Veterinaria por cada plaza pública). Y ese déficit, que se materializa también en una de las notas de corte más altas, es el que alimenta el negocio de las privadas.
Pero ¿es esa la demanda a la que tenemos que atender? Parece claro que no, que satisfacer las afinidades intuitivas juveniles no sea la mejor manera de encauzar su futuro laboral. Y para muestra un botón: ¿Es sostenible en una carrera como ésta que tan alto y creciente porcentaje de alumnos rechace trabajar en el ámbito ganadero?; o, dicho de otro modo, ¿es conveniente que la mayoría de ellos solo quieran ejercer en el sector clínico cuando hay tantas salidas laborales en otros ámbitos de la profesión?, ¿nadie se preocupa ni ocupa de atraer a los nuevos veterinarios allá donde más se les requiere o se les necesita, por ejemplo, en el ámbito rural o en los municipios?, ¿no sería más lógico regular de una vez las especialidades veterinarias en el sistema nacional de salud como mejor cauce para dirigir tanto talento desperdiciado?. La inocencia juvenil no es la culpable, es la falta de información preuniversitaria y de planificación la responsable de tanto desatino.
Cabría considerar si, al menos, tal sobreoferta soluciona otros problemas que, curiosamente, aunque parezcan antagónicos, también afectan a nuestro sector. ¿Es la apertura de nuevas facultades la solución para la falta de veterinarios en el campo? Lo digo porque ése, precisamente ése, ha sido el argumento que esgrimen quienes hace pocas semanas no escondían que la apertura de la nueva facultad de Veterinaria no obedecía a ninguna necesidad ni justificación.
El trasvase de población del medio rural al urbano es una realidad que no solo afecta a nuestro país. La ‘España vaciada’ no es una singularidad nacional. Otros también la sufren. La ‘excepción ibérica’ radica en que España no cuenta entre sus soluciones con la Veterinaria. Y, efectivamente, soy de los que opinan que esta profesión debería figurar como variable necesaria en cualquier ecuación que trate de resolver el problema de la despoblación.
Todo está relacionado. La política universitaria afecta después a los profesionales en ejercicio. En otros países como Francia, que insisto en que cuenta con 5 veces menos plazas para acceder a la carrera de Veterinaria, cuando se trata de aliviar el problema cierto de la ausencia de estos profesionales en el medio rural, se actúa sobre los propios estudiantes de este grado, pero también sobre los profesionales del sector. En el país vecino, de hecho, se han promovido en los últimos años dos decretos que instan a estudiantes y profesionales ya titulados a ejercer en el campo a cambio de ayudas económicas directas. En EEUU -en la cuna del liberalismo- algunos estados ofrecen incentivos fiscales y en todo el país se conceden ayudas directas de 25.000 $ anuales durante los primeros tres años después de comenzar a ejercer en zonas rurales, lo que ayuda a amortizar antes los créditos que los jóvenes seguramente tuvieron que asumir para estudiar tal carrera (préstamos que, en muchas ocasiones, tienen condiciones especiales si media compromiso de ejercer en estas zonas). En Irlanda, el sector lácteo ofrece contratos de entre 60.000 y 80.000 euros anuales para atraer profesionales. En Alemania se debaten también medidas análogas…
En nuestro país, sin embargo, la toma de decisiones parece realizarse calculadora electoral en mano. Se dan autorizaciones para abrir nuevas facultades a quien las pide. Sin más. Nadie repara en qué sucede con el exceso de veterinarios que ya producimos. Ni siquiera cuando se acierta y se actúa regulando asignaturas pendientes, recomendadas por la propia UE, como la figura del veterinario de explotación, se mantiene la apuesta. Cuando el campo hace unos meses -y con razón- se movilizó y se rebeló contra su ruina el Gobierno desandó lo andado, volvió a sacar la calculadora electoral y se desdijo. El veterinario de explotación pasó de obligatorio a voluntario. Pan para hoy y hambre para mañana. Decisiones cortoplacistas como ésta se pagarán, seguro que muy caro: ¿Alguien se atreve a negar que la expansión de la EHE o de la Lengua azul no se hubiera atajado antes de haberse consolidado ya esta figura?
Pero que la parálisis no evite el análisis. Uno de los mejores auxilios que se podrían ofrecer al campo sería reforzarlo, precisamente, con el único profesional que puede hacer más eficientes y sostenibles las explotaciones ganaderas. Porque garantizar la salud pública, la seguridad alimentaria, velar por la sanidad y el bienestar animal es una de las apuestas más seguras de cara a revitalizar la alicaida actividad económica en el medio rural. Solo creando riqueza y puestos de trabajo se contribuirá a fijar población.
Los incentivos económicos que otros países han ofrecido a los compañeros que trasladan su ejercicio profesional al medio rural, podrían ser incluso más efectivos en nuestro país, debido a la lamentable precarización que sufre la veterinaria como consecuencia precisamente del excesivo número de facultades. En nada contribuye una nueva facultad de Veterinaria a llevar más veterinarios al medio rural.
Al final el mundo rural y urbano guardan ciertas similitudes, digamos que comparten algunas paradojas. Es obvio que la vocación mayoritaria se vincula al ejercicio con animales de compañía, principalmente en las ciudades. Sin embargo, también en este ámbito hoy resulta complicado contratar veterinarios. Pero, si somos el mayor productor de veterinarios de la UE…¿dónde están?
No hace demasiado tiempo me refería con desazón, en otro artículo, al “círculo vicioso” que atenaza a la profesión Veterinaria, que afecta también a otras titulaciones que sufren la misma burbuja universitaria. Me explico.
Reitero que es evidente que padecemos una sobreoferta de plazas universitarias. Que el mercado no requiere tantos nuevos licenciados. Pero no es menos cierto que el sector clínico sufre grandes dificultades para contratar profesionales cualificados. Es la pescadilla que se muerde la cola. El desequilibrio en favor de la mayor oferta de veterinarios afecta a la demanda, que se precariza. Los peores salarios y condiciones laborales o los horarios poco conciliadores ayudan a entender el creciente problema del burn out (síndrome de estar ‘quemado’) o de la ‘fatiga emocional’, de la que tantos estudios están alertando, no solo en esta profesión sino en casi todas las sanitarias.
En tales condiciones, muchos jóvenes licenciados sufren o se resignan a sufrir situaciones laborales que degeneran en tensiones, en problemas emocionales. Jóvenes sin experiencia, igual represaliados tras malas experiencias trabajando por cuenta ajena, que muchas veces se endeudan y deciden apostar por sí mismos. Y resulta ser que, tras irrumpir en el mercado, el único factor de competencia que está a su alcance es muchas veces el precio. La guerra de tarifas retroalimenta entonces la precarización. Tras generar tanto ‘quemado’ y pese a la sobreoferta, es cuando surgen a los empresarios los problemas para contratar.
Al final, el exceso de facultades acaba también por degenerar en pérdida de talento. Invertimos dinero público, mucho dinero, en facultades -y las de Veterinaria son de las más caras-cuyos egresados acabarán muchas veces abandonando nuestra profesión, o trabajando en Francia o Inglaterra, donde se gana mucho más.